La mayor batalla que todo creyente libra día tras día hasta morir en esta tierra es la guerra contra su propia carne.
En una guerra, si el enemigo gana ventaja sobre su oponente, entonces redobla sus fuerzas. De la misma manera, cuando Satanás ha debilitado la determinación de un creyente a resistirle, entonces usa todos sus poderes y sus artimañas para conquistarlo y persuadirlo.
La mente es la que tiene que llenarse de la revelación de Dios, de lo contrario, se llenará de la insensatez del mundo.
Si alimentamos la naturaleza carnal y sus apetitos, este será el aspecto dominante en nuestra vida. Si alimentamos lo espiritual, nuestro apetito por las cosas de Dios crecerá.
Por lo tanto la mejor forma de vencer es desnutrir nuestra carne y alimentar nuestro espíritu de la Palabra. (Gal 5:16-23)
La batalla casi siempre se gana en la mente y es por medio de la renovación de nuestra mente que nuestro carácter y comportamiento se transforman.
La evidencia más clara que nuestras almas han sido renovadas es que la mente y el alma desean ser santas.
No pongas tu mirada en ti mismo, nuestra naturaleza pecaminosa es miserable pobre, ciega…Nuestra mirada debe estar en Aquel que nos creó.
Manténgase lo más lejos posibles de las tentaciones que alimentan y fortalecen el pecado que le puede dominar.
Ponga un cerco a sus pecados y déjelos morir de hambre apartándoles la comida o combustible que lo mantienen vivo.