«No temerás el terror nocturno.» (Salmo 91:5)



   
UÁL es este «terror»? Puede ser el grito de fuego, o el ruido de los ladrones, o una extraña aparición, o el clamor de la enfermedad o la muerte súbita.

Vivimos en el mundo de la muerte y del dolor: podemos, por lo tanto, esperar males y dificultades tanto en las vigilias de la noche como bajo el resplandor del sol del mediodía. Tampoco debe esto alarmarnos, porque sea cual fuere el terror, la promesa es que el creyente no tendrá nada que temer.

¿Por qué debería temer el creyente? Pongamos esto más ajustadamente: ¿por qué deberíamos temer nosotros? Dios nuestro Padre está aquí, y estará aquí través de nuestras horas de soledad. Él es un todopoderoso Vigilante, un Guardián que no se duerme, un fiel Amigo.

Nada puede ocurrir sin Su dirección, pues aun el mismo infierno está bajo Su control. Las tinieblas no son oscuras para Él. Él ha prometido ser «un muro de fuego en derredor» de Su pueblo: ¿y quién podrá irrumpir a través de tal barrera?

Los impenitentes bien pueden tener miedo, pues tienen a un Dios enojado encima de ellos, una conciencia culpable dentro de ellos, y un lago de fuego abierto debajo de ellos.

Pero nosotros que descansamos en Jesús, somos salvos de todas estas cosas por Su rica misericordia. Si damos lugar a necios temores, deshonraremos nuestro testimonio, y llevaremos a otros a dudar de la realidad de Dios. Debemos tener temor de temer, no sea que contristemos al Espíritu Santo con necia desconfianza.

¡Abajo, pues, sombríos presentimientos e infundadas aprensiones! Dios no se ha olvidado de ser un Dios de gracia, ni callará Sus misericordias. Pues aunque sea la noche de nuestra alma, no hay necesidad de temer, porque el Dios de amor no cambia.

Los hijos de luz pueden caminar en la oscuridad, pero no serán abandonados. No, más bien son capacitados en la prueba demostrar su adopción, al confiar en su Padre celestial como no pueden hacerlo los hipócritas.

Aunque la noche oscura y triste sea,
La oscuridad no se esconderá de Ti;
Tú eres Aquel, que, nunca cansado,
Velas siempre donde Tu pueblo esté.

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