«¿Podrás tú atar los lazos de las Pléyades, o desatarás las ligaduras de Orión?» (Job 38:31)

«¿Podrás tú atar los lazos de las Pléyades, o desatarás las ligaduras de Orión?»


 
I ESTAMOS inclinados a gloriarnos de nuestras habilidades, la grandeza de la naturaleza pronto nos mostrará cuán pequeños somos.

No podemos mover la menor de todas las estrellas titilantes, o apagar ninguno de los rayos de luz de la mañana. Hablamos de poder, pero los cielos se ríen de nosotros, burlándonos.

Cuando las Pléyades brillan con la alegría primaveral, no podemos limitar sus influencias; y cuando el Orión reina en lo alto, y el año está atado con las cadenas del invierno, nada podemos hacer para desatar sus bandas cubiertas de hielo. Las estaciones se suceden de acuerdo con lo que Dios determinó, y el hombre no podría introducir un cambio en este ciclo.

«Oh Jehová, ¿qué es el hombre?» Tanto en lo espiritual, como en el mundo natural, el poder del hombre está limitado por todas partes. Cuando el Espíritu Santo derrama Sus delicias sobre el alma, nada las puede alterar: todas las astucias y las malicias de los hombres son ineficaces para detener el vivificante poder del Consolador.

Cuando Él se digna a visitar una iglesia para revivirla, los más inveterados enemigos no pueden resistir esta buena obra: pueden ridiculizarla, pero no pueden restringirla, como tampoco pueden hacer retroceder a la primavera cuando las Pléyades marcan la hora. Dios así lo quiere, y así es hecho.

Por otro lado, si el Señor en Su soberanía o Su en justicia, ata a algún hombre de modo que se halle en servidumbre de alma, ¿quién lo podrá liberar?

Sólo Dios puede quitar el invierno de muerte espiritual de un individuo o de un pueblo. Sólo Él y nadie más puede «desatar las ligaduras de Orión.» ¡Qué bendición es que Él lo puede hacer! Oh que Él llevara a cabo la maravilla esta noche.

Señor, pon fin a mi invierno, y haz que empiece mi primavera. No puedo con todos mis esfuerzos elevar mi alma de su muerte y embotamiento, pero «todas las cosas son posibles para Ti.»

Necesito las influencias celestiales, los claros destellos de Tu amor, los rayos de Tu gracia, la luz de Tu rostro: esas son mis Pléyades. Sufro mucho por el pecado y la tentación: éstos son mis signos invernales, mi terrible Orión.

Oh Señor, haz maravillas en mí y para mí. Amén.

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