«Todos los días de mi edad esperaré.» (Job 14:14)

«Todos los días de mi edad esperaré.»


 
NA BREVE estancia en la tierra hará del cielo un lugar más celestial. Nada hace el descanso tan dulce como el trabajo; nada hace la seguridad tan agradable como la exposición al peligro. Las copas amargas de la tierra darán un agradable sabor al vino nuevo, que chispea en los áureos tazones de la gloria.

Nuestras maltratadas armaduras y nuestros cicatrizados rostros harán más ilustres nuestras victorias en el cielo, cuando se nos dará la bienvenida, y seremos invitados a ocupar el trono de los que han vencido al mundo.

No tendríamos plena comunión con Cristo si no peregrináramos algún tiempo aquí abajo, pues Él fue bautizado con un bautismo de sufrimiento entre los hombres, y también nosotros tenemos que ser bautizados con el mismo bautismo si queremos compartir Su reino. La comunión con Cristo es tan honorable que la más dolorosa aflicción llega a ser un precio insignificante para adquirirla.

Otra razón de nuestra peregrinación aquí en la tierra es por el bien de los demás. No debemos desear entrar en el cielo hasta que nuestra obra esté cumplida, y puede ser que estemos aún llamados a brillar como una luz en este tenebroso desierto del pecado.

Nuestra prolongada estancia aquí abajo es, sin dudas, para la gloria de Dios. Un santo probado, como un diamante bien cortado, brilla mucho en la corona del Rey. Lo que más honra a un obrero es que su obra soporte una prolongada y severa prueba, y que da muestras de triunfante resistencia en las dificultades sin ceder en ninguna cosa.

Somos los obreros de Dios, en quienes Él es glorificado por medio de nuestras aflicciones. Es por el honor de Jesús que soportamos las prueba de nuestra fe con sagrado gozo.

Que cada uno renuncie a sus propios anhelos para la gloria de Jesús, y diga: «Si mi permanencia en el polvo eleva a mi Señor al menos una pulgada, dejadme yacer aún un poco más entre los tiestos de la tierra. Si el vivir en la tierra por siempre hiciera a mi Señor más glorioso, mi cielo sería permanecer aquí abajo.»

Nuestro tiempo está fijado y establecido por decreto eterno. No debemos estar ansiosos en cuanto a él, sino esperemos con paciencia hasta que las puertas de perlas sean abiertas.

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