«Todavía tengo razones en defensa de Dios.» (Job 36:2)




O DEBEMOS buscar publicidad para nuestras virtudes, ni notoriedad para nuestro fervor; pero, al mismo tiempo, es un pecado estar siempre procurando esconder a los ojos de otros todas las buenas cosas que Dios nos ha concedido.

Un cristiano no tiene que ser una aldea colocada en un valle, sino «una ciudad asentada sobre un monte»; no tiene que ser una lámpara colocada debajo de un almud, sino «sobre el candelero», que alumbra a todos.

El retraimiento puede ser agradable en su tiempo, y el ocultarse a sí mismo es sin duda signo de modestia; pero el ocultar a Cristo en nosotros nunca puede ser justificado; y el retraerse de la verdad que nos es preciosa, es un pecado contra nuestros semejantes y una ofensa contra Dios.

Si tienes un temperamento nervioso y una disposición a ser retraído, ten cuidado de no tolerar demasiado esta propensión a temblar, para que no seas inútil a la Iglesia. En el nombre de El que no se avergonzó de ti, procura hacer alguna leve violencia a tus sentimientos, y cuenta a otros lo que Cristo te ha dicho a ti.

Si no puedes hablar con voz de trueno, hazlo con voz dulce y apacible. Si el púlpito no debe ser tu tribuna, si la prensa no puede llevar tus palabras sobre sus alas, di con Pedro y Juan: «No tengo plata ni oro, pero lo que tengo te doy.»

Si no puedes predicar un sermón desde un monte, habla a la mujer samaritana junto al pozo de Sicar; si no lo puedes hacer en el templo, alaba a Jesús en las casas; hazlo en el campo, si no lo puedes hacer en el negocio; en medio de tu propia familia, si no lo puedes hacer en medio de la gran familia de los hombres.

Desde los ocultos manantiales, deja que fluyan apaciblemente los vivos arroyos del testimonio, dando así de beber a cuantos pasen. No ocultes tu talento; negocia con él y llevarás un buen interés a tu Maestro y Señor.

El hablar por Dios será para nosotros motivo de refrigerio, para los santos motivo de alegría, para los pecadores motivo de provecho y para el Salvador motivo de honor. Oh Señor, desata la lengua de todos Tus hijos.
 
Charles Haddon Spurgeon (1834-1892) fue uno de los predicadores más reconocidos de la segunda parte del siglo XIX. Los numerosos escritos de Spurgeon, así como sus sermones brillantes siguen siendo ampliamente publicados hoy, mostrando su importancia a través del tiempo. Su obra clásica Mañana y Tarde sigue siendo, aún hoy, uno de los libros más populares de devociones diarias.

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