«Todos los que oyeron, se maravillaron.» (Lucas 2:18)

«Todos los que oyeron, se maravillaron.»
(Lucas 2:18)


«Todos los que oyeron, se maravillaron.»
 
O DEBEMOS cesar de admirarnos de las grandes maravillas de Dios.

Sería muy difícil trazar una línea divisoria entre una admiración santa, y una adoración real: porque cuando el alma está anonadada con la majestad de la gloria de Dios, aun cuando no pueda expresar en un canto, ni aun hacerlo con la cabeza inclinada en humilde oración, sin embargo, esa alma adora silenciosamente.

Nuestro Dios encarnado debe ser adorado como «Maravilloso». Que Dios tenga consideración de Su criatura caída que es el hombre, y, en lugar de barrerla con el escobón de la destrucción, se encargue a Sí mismo de ser su Redentor y pague el precio del rescate del pecador, ¡es, en verdad, maravilloso!

Pero para cada creyente, la redención es mucho más maravillosa a medida que la mira en relación consigo mismo. Amigo mío, es, en efecto, un milagro de la gracia que Jesús se desprenda de Su trono y prerrogativas reales para sufrir ignominiosamente por ti en este mundo.

Deja que tu alma prorrumpa en admiración de este amor, porque la admiración es, en este caso, una emoción muy práctica. Una admiración muy santa te guiará a una adoración agradable y a una acción de gracias desde el corazón. Esto creará en ti una piadosa vigilancia: pues temerás pecar contra tal amor.

Al percibir la presencia del Dios Todopoderoso en la dádiva de Su amado Hijo, quitarás «tu calzado de tus pies, porque el lugar en que tú estás, tierra santa es.» Serás conducido al mismo tiempo a una gloriosa esperanza.

Si Jesús ha hecho cosas tan maravillosas en tu favor, sentirás que el cielo mismo no es demasiado grande para tu expectación. ¿Quién de los que quedaron pasmados ante el pesebre y ante la cruz pueden maravillarse ante otra cosa? ¿Qué otra cosa admirable puede haber para uno que ha visto al Salvador?

Querido lector, puede ser que desde la quietud y soledad de tu vida, difícilmente puedas imitar a los pastores de Belén, quienes dijeron lo que habían visto y oído, pero puedes, por lo menos, llenar el círculo de los adoradores que están delante del trono, admirándote de lo que Dios ha hecho.

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